El hilo secreto de Penteo: el deseo como fractura de la norma

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Escultura en mármol de una ménade danzante: figura femenina en movimiento, con la cabeza girada hacia un lado y el cabello y ropajes volando como atrapados en un frenesí sagrado.
La ménade danza pero como ajena a nosotros. No baila para agradar. Baila porque está poseída por un dios de límites difusos. Como en la tragedia de Penteo, su movimiento es un anuncio de que el deseo no puede encerrarse sin consecuencias.

I. Los muertos no obedecen

Hay un momento en The Bacchae(Las Bacantes), la traducción de Eurípides que Anne Carson nos ofrece, donde el lenguaje comienza a disolverse, como si la sintaxis misma empezara a tambalearse ante lo que no puede decirse. Lo indecible atenaza al lenguaje. Dionisio ha llegado. Y, con él, el deseo.

Carson escribe:

The god is here — what do you want? El dios está aquí- qué es lo que quieres?

You desire something. You must. We all do./ Tú deseas algo. Tienes que, todos lo hacemos.

But desire does not obey. / Pero el deseo no obedece.

El deseo no obedece. Este es el centro del asunto: deseamos, pero no gobernamos lo que deseamos. La Bacante es la figura que encarna esa abdicación, y Penteo, su víctima: quiere controlar el deseo, se opone a él, lo conmina por toda la ciudad, pero termina destrozado por él.

Quizá la estrategia de Penteo sea sin saberlo una manera de controlar una especie de vacío interior y por eso ese empeño, que en principio pareciera opuesto: ¿oponerse al deseo tal y como nos lo muestra Euripides en la figura de Penteo acaso no es una forma extrema de control? -pareciera que la hybris o desmesura fuera la suya- . La vigilancia de Penteo no es moral; es defensa contra el vértigo de sentirse vivo.


II. Penteo y el vértigo del querer

El rey de Tebas, como Carmen —la paciente cuya historia atraviesa estas páginas—, no quería tanto entregarse como entender.

—Quiero aclararme —decía ella.

—Quiero ver lo que ocurre en esas orgías —decía él.

Pero ambos, al nombrar su deseo racionalizado, ya están dentro del círculo del dios. El deseo es siempre una forma de posesión. Y como toda posesión nos transforma.

Adam Phillips lo insinúa poéticamente con su usual filo cortante y algo flemático, como buen inglés, en Missing Out:

“Deseamos las vidas que no hemos vivido. Pero al desearlas, las convertimos en espectros que nos persiguen.”

La vida no vivida nos acompaña como un doble sombrío- silenciosa camina del lado opuesto a la incidencia del sol sobre nuestros cuerpos- . Penteo no desea ser una bacante, pero quizá desea lo que no puede poseer: la disolución del orden, la embriaguez del otro lado.

Como Carmen, que temía tanto separarse como permanecer atrapada en su matrimonio inerte. El deseo, cuando se vuelve consciente, nos obliga a elegir entre males o renuncias. Nunca es inocente. Es un quiasmo.


III. El deseo como fractura de la forma

En el corazón del deseo habita la ruptura de la forma. Esto lo sabían los griegos y lo supo Freud cuando describió el inconsciente como aquello que no respeta la gramática del yo.

Melanie Klein, desde otro ángulo, lo capturó en su concepto de envidia:

“El deseo no es sólo ansia de tener; es ansia de devorar, de poseer hasta aniquilar.”

Carmen no deseaba solo “aclararse”; deseaba suspender el peso de su vida tal como era. Pero sabía, de alguna manera, que destruir ese mundo implicaba riesgos que su yo consciente no podía ni permitirse articular.

El deseo tiene, como Dionisio, dos rostros: liberador y destructivo. Por eso las bacantes no sólo bailan: desgarran. Agave, la madre de Penteo, arranca la cabeza de su propio hijo, sin reconocerlo, embriagada de éxtasis.


IV. La psicoterapia como danza junto al abismo

La psicoterapia — por decirlo metafóricamente, cuando no traiciona su propia esencia— se sitúa en esta frontera dionisíaca. No pretende “curar” el deseo, ni domesticarlo como haría un manual de autoayuda: haz b, luego c, ten prácticas de autocuidado y date un masaje…. En cambio alguna propuesta de psicoterapia pretende, como sugiere Christopher Bollas, escuchar lo que nunca se ha dicho pero siempre se ha sabido.

Phillips lo dice en On Wanting to Change:

“Queremos cambiar, pero tememos lo que perderemos si lo hacemos.”Siempre implica una negociación o disyuntiva, nunca del todo clara por lo que puede amenazar.

En las sesiones con Carmen, la tarea no era empujarla a decidir. Era sostener la pregunta:

—¿Qué es lo que teme perder si obtiene lo que dice querer?

El deseo se explora, pero no se resuelve. La exploración misma es ya una forma de libertad: Ah, esto está aquí.


V. Dionisio como metáfora de lo no sabido.

Dionisio no es sólo el dios del vino, es el dios de lo otro. De lo que no se puede controlar ni predecir. El deseo pertenece a ese reino. No lo olvidemos, también en sus orígenes es un dios solar, como recuerda Calasso. Proviene del mito de Osiris. Por eso Anne Carson, en su lectura luminosa y oscura de las Bacantes, nos lo recuerda:

You can’t stand outside the god. He is already inside you. / No puedes estar fuera del dios. Él ya está dentro de ti.

No deseamos desde fuera. El deseo es el huésped antiguo que siempre ha estado ahí. Pretender expulsarlo es invitar a su forma más violenta.


VI. Epílogo: la tragedia evitada

Carmen no acabó como Penteo. No fue devorada. Aprendió a mirar su deseo sin disfrazarse para espiarlo. A sostener la inquietud de no saber aún qué camino tomar. A convivir con la presencia del dios sin invocarlo a ciegas. Una forma nueva de vitalidad puede emerger entonces posibilitando cambios en la persona. Pero no por la vía de lo maníaco, lo perverso, la idea mágica de lo catártico o lo rutinario inflexible.

Quizá de eso trata la psicoterapia en ocasiones: de bailar con Dionisio sin ofrecernos como ofrenda.


Lecturas para quienes quieran oír el eco de los tambores:

  • Anne Carson. Grief Lessons: Four Plays by Euripides (2006).
  • Adam Phillips. Missing Out: In Praise of the Unlived Life (2012).
  • Adam Phillips. On Wanting to Change (2021).
  • Melanie Klein. Envidia y gratitud (1957).
  • Christopher Bollas. The Shadow of the Object (1987).

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