
Cuando alguien entra por primera vez en una consulta psicológica, muchas veces trae preguntas —algunas nítidas, otras aún oscuras—como quien llega a un lugar antiguo con algo precioso y tímido entre manos, y no sabe si ha de hablar o escuchar. Y eso está bien. Porque, aunque no lo sepa, lo que está empezando es una travesía. Un viaje entre lo délfico y lo eleusíaco. Esta será la metáfora sobre la terapia que voy a desarrollar en esta entrada.
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En la antigua Grecia, Delfos era el lugar donde los hombres y mujeres iban a interrogar al dios Apolo. En el templo había una inscripción tallada en piedra: «Conócete a ti mismo». Pero no era una orden. Era un abismo.
El oráculo no respondía con certezas, sino con enigmas. Habla con ambigüedad. Había que interpretar. Había que prestar atención al eco de las palabras, al modo en que resonaban en el pecho más que en los oídos. Son palabras en busca de interlocutor. Como escribió Roberto Calasso, “Lo que decía Apolo en Delfos no era un conocimiento, sino una epifanía velada”.
En terapia, a veces ocurre algo similar. Una frase dicha al pasar —una asociación, una imagen, un gesto— abre un hueco en la lógica habitual. Y ahí, en ese resquicio, empieza a amanecer un sentido. Lo délfico es eso: el arte de mirar con otros ojos, de buscar significados donde antes solo había síntomas.
Pensar, reflexionar, hacer conexiones, poner en palabras lo vivido, elaborarlo, son parte de este trabajo délfico, que pese a lo racional no siempre es del todo revelatorio. Hay una ingenuidad racionalista que impregna parte de la psicología, y de la educación, de que los pacientes son recipientes vacíos que hay que llenar y que el conocimiento lo tiene el psicólogo.
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Pero no todo se puede decir. Y no todo se «trabaja» por la vía del lenguaje.
En otro rincón de Grecia, había una diosa buscando a su hija. Deméter, errante, deshecha, caminaba la tierra buscando a Perséfone, raptada por el dios del inframundo. Ese fue el origen de los Misterios de Eleusis: ritos secretos que no podían contarse, solo vivirse. No quedan relatos históricos de la gente que ha participado en ellos. Quien los atravesaba, decían, ya no temía a la muerte. Algo en él había descendido y vuelto a brotar. Como dice Calasso, el regalo de esta iniciación que se ofrecía al siguiente año, era la posibilidad de ver, ver la vida de una manera diferente, presenciar lo sagrado de las cosas. Traducido, una revitalización que se produce en la terapia tal y como habla Ogden.
De eso también está hecha la terapia. No solo de palabras, sino de presencias. No solo de interpretación, sino de experiencia sentida. Hay cosas que no se nombran, pero se viven. Hay heridas que no se explican, pero se reconocen en la mirada del otro. Hay silencios compartidos que sostienen más que mil argumentos.
Calasso lo dice así: “El misterio no puede ser dicho. Solo puede ser revivido.”
Una parte fundamental de esto que siempre comento a mis pacientes, o a cualquiera que me llame para orientarlos, independientemente de si deciden venir a mi consulta, tiene que ver con el poder de la alianza terapéutica. De lo transformador de las relaciones. Las relaciones pueden herir, pero también pueden curar. La alianza no es solo vínculo: es el espacio donde se cruzan las dos dimensiones.Es Apolo hablando en sueños y Deméter sosteniendo en silencio. La confianza que permite decir y también callar, elaborar y también habitar.
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El trabajo terapéutico, entonces, no se limita a hablar. Es un espacio donde dos mentes trabajan juntas, como escribió Thomas Ogden. Pero no solo piensan. También sienten, recuerdan, repiten, transforman. Es en esa relación —en esa alianza que se va tejiendo con cuidado, como un manto que abriga lo frágil— donde se produce el verdadero cambio.
A veces el cambio es délfico: una comprensión repentina, una narrativa que se recompone.Otras veces es eleusíaco: una emoción que por fin se permite, un temblor en el cuerpo, una respiración distinta.
Autores como Daniel Stern o Louis Cozolino han mostrado cómo ese cambio puede ser implícito, relacional, casi subteráneo. Hay una experiencia correctora, transformadora. Alguien aprende a que lo que teme no se produce, y que la realidad se abre a nuevas experiencias de las que se puede aprender. No siempre sabemos por qué, pero algo en nosotros se reorganiza. Como si una parte antigua de nuestra biografía —preverbal, arcaica— encontrara por fin un lugar donde reposar.
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Ir a terapia es, en cierto modo, cruzar el umbral de un templo invisible.\
Un lugar donde a veces Apolo habla con símbolos, y otras veces Deméter llora en silencio.\
Un lugar donde no se promete la cura, pero sí la transformación en tanto en cuanto alguien quiera cambiar. Y esto es lo más difícil. Qué estoy dispuesto a cambiar de mi mismo para que mi vida cambie.
Y eso, a veces, es lo más curativo de todo.
Porque lo que «el alma» necesita no es solo entender.
Es ser vista. Ser sostenida. Ser nombrada, y también, ser callada con respeto.
“A veces, el alma no necesita entender. Solo necesita ser acompañada en su descenso.
Y entonces, sin saber cómo… vuelve a brotar algo nuevo.”
Ahora que llega la primavera y Core, o Perséfone, sube al encuentro de su madre, bajo el astro celeste que resplandece en lo alto, recuerdo unas anotaciones que tomé de una de mis poetas favoritas. Decía lo siguiente:
«Le rondaban dos versos sin embargo:
«At the end of my suffering /
** there was a door»**
(«Al final del sufrimiento / me esperaba una puerta», según la traducción de Eduardo Chirinos). ¿Cómo surgieron? ¿De dónde partían? ¿Hacia qué poema caminaban? ¿Quién padecía y para quién aguardaba una esperanza? Glück los acogía, casi amuletos: con ellos intentó enhebrar un poema, sin conseguirlo, y se planteó utilizarlos tal cual. Transcurrió el tiempo, regresó —literal— la primavera(… )Elena Medels.
📚 Referencias
Calasso, R. (1990). Las bodas de Cadmo y Harmonía. Anagrama.
Calasso, R. (2010). La literatura y los dioses. Anagrama.
Gabbard, G. O. (2010). Psicoterapia psicodinámica (2.ª ed.). Manual Moderno.
Ogden, T. H. (1994). Subjects of analysis. Jason Aronson.
Stern, D. N. (2004). The present moment in psychotherapy and everyday life. W. W. Norton & Company.
Beebe, B., & Lachmann, F. M. (2002). Infant research and adult treatment: Co-constructing interactions. The Analytic Press.
Cozolino, L. (2014). The neuroscience of human relationships: Attachment and the developing social brain (2nd ed.). W. W. Norton & Company.
Panksepp, J. (1998). Affective neuroscience: The foundations of human and animal emotions. Oxford University Press.

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