
Imagina esto: estás en una estación de tren, esperando a alguien. No tienes claro si vendrá o si ha cambiado de opinión en el último minuto. Miras el reloj, envías un mensaje que no recibe respuesta. Sabes que podrías irte, pero te quedas, con la esperanza de que algo cambie. Y lo peor es que, en cierto modo, esta incertidumbre te resulta familiar.
¿Por qué nos atraen las relaciones donde somos más objeto de duda que de certeza? ¿Qué extraña mecánica nos empuja a buscar el amor donde nos es negado?
El deseo que se enreda en el rechazo
Ronald Fairbairn revolucionó la teoría psicoanalítica al replantear el deseo como una necesidad de relación, no como una simple búsqueda de placer. En su visión, el ser humano no solo ansía gratificación, sino un otro con quien establecer un vínculo. Sin embargo, cuando ese otro se muestra inaccesible, algo dentro de nosotros se activa. No es un simple capricho: es la repetición de un patrón antiguo, la recreación de una historia que comenzó mucho antes de que pudiéramos darle nombre .
Cuando el amor infantil es intermitente o está condicionado a la aprobación, el niño aprende que debe esforzarse para ser querido. Si la figura de apego es distante o rechazante, el niño no deja de amar; al contrario, su necesidad se intensifica. Crece con la convicción de que el afecto siempre debe conquistarse y, paradójicamente, en la adultez buscará repetir este esquema.
Así, nos encontramos con personas que, como trenes, entran y salen de nuestra vida sin detenerse. Y en vez de alejarnos de ellas, corremos tras su sombra.
La trampa del ego dividido
Fairbairn describió un mecanismo que ayuda a entender este fenómeno: el ego dividido. Cuando un niño es rechazado, no puede culpar a la figura que necesita para sobrevivir. En su lugar, se culpa a sí mismo. Se produce una escisión o separación interna: una parte del yo queda atrapada en la necesidad de recibir afecto, mientras que otra se endurece y rechaza ese deseo como una debilidad.
Este conflicto interno puede trasladarse a las relaciones amorosas: la parte que ansía amor se engancha a la pareja que lo niega, mientras que la parte que rechaza la dependencia activa la resistencia del otro. Se genera una especie de imán invertido, donde la conexión se da en la distancia, y la ausencia se convierte en el combustible del deseo .
Rechazo «constante» más allá del amor: trabajo, amistad y creatividad
Este patrón no solo aparece en relaciones románticas. También se cuela en el trabajo, en las amistades y en el ámbito creativo:
• En el trabajo, buscamos la validación de jefes inalcanzables, postergamos la satisfacción hasta recibir un reconocimiento que nunca llega.
• En las amistades, nos esforzamos por encajar en círculos donde apenas somos bienvenidos, mientras ignoramos a quienes nos aprecian sin esfuerzo.
• En la creatividad, nos obsesionamos con la crítica de aquellos que nunca nos han apoyado, como si demostrarles nuestro valor fuera más importante que simplemente crear .
El caso de Clara: atrapada en el eco del rechazo
Clara tiene 34 años y un historial de relaciones donde siempre acaba esperando a alguien. Ha estado con parejas que van y vienen, con amigos que solo aparecen cuando necesitan algo, con jefes que nunca reconocen su esfuerzo. Cada vez que se ilusiona, algo se interpone: un mensaje que no llega, un silencio prolongado, una disculpa a medias. Y, sin embargo, sigue ahí.
Un día, una amiga le pregunta: ¿No te cansas?
Clara no tiene una respuesta, pero en terapia empieza a darse cuenta de que su historia no empezó con su última relación. Recuerda su infancia: una madre que la felicitaba cuando sacaba buenas notas, pero que se volvía fría si mostraba fragilidad. Un padre que a veces jugaba con ella, pero otras veces desaparecía en su mundo. Comprende que ha estado buscando, una y otra vez, la misma validación que nunca obtuvo del todo.
Comprenderlo no es suficiente, pero es un inicio.
Cómo salir del ciclo del rechazo
Romper este patrón no es fácil, pero tampoco es imposible. Salir de este patrón no es un proceso de pura voluntad. No basta con decidirlo, no es cuestión de lógica. Como afirman algunos psicólogos, es en la relación con otro donde se produce el verdadero cambio. La experiencia precede o se da al tiempo que la comprensión, y esta experiencia se da con un otro: los pacientes no necesitan una explicación sino una experiencia, como dice Frieda Fromm-Reichmann.
Bion hablaba de la reverie: ese espacio donde un otro nos ayuda a pensar lo que aún no podemos pensar por nosotros mismos, donde nuestras emociones en bruto encuentran contención y sentido. No se trata solo de identificar el patrón, sino de experimentarlo de otra manera, de vivir una relación donde lo que antes dolía pueda transformarse en algo diferente.
Algunas cosas que pueden suceder en la relación terapéutica para ayudar a cambiar son:
1. Reconocer el patrón. Empezar a entender o preguntarse por qué me atraen personas que me hacen dudar de mi valor.
2. Observar lo incómodo. A veces, el afecto genuino nos resulta aburrido porque no activa la adrenalina de la incertidumbre.
3. Diferenciar amor de anhelo. El amor estable se siente seguro; el anhelo de lo inalcanzable se siente como una batalla.
4. Elegir relaciones recíprocas. El afecto verdadero no se mendiga ni se persigue. Se da y se recibe en equilibrio.
Preguntas para la reflexión
• ¿Te has encontrado alguna vez atrapado en una relación donde cuanto más te alejaban, más te obsesionabas?
• ¿En qué otras áreas de tu vida notas este patrón?
• ¿Qué emociones te genera recibir afecto sin condiciones?
Bibliografía recomendada:
• Fairbairn, W. R. D. (1952). Psychoanalytic Studies of the Personality. Tavistock.
• Guntrip, H. (1968). Schizoid Phenomena, Object Relations and the Self. International Universities Press.
• Klein, M. (1946). Notes on Some Schizoid Mechanisms. International Journal of Psychoanalysis.
• Winnicott, D. W. (1960). Ego Distortion in Terms of True and False Self. The Maturational Process and the Facilitating Environment.

Deja un comentario